
Diario de viaje
“Mendoza es una ciudad pequeña y aseada. Todas las calles son trazadas en ángulo recto, hay una plaza cuadrada en uno de cuyos lados se levanta un templo, y varias otras iglesias y conventos están esparcidos por la ciudad. Las casas son de un piso, todas las principales con zaguán y puerta cochera que da al patio cuadrado por habitaciones.Las casas son de barro con techos del mismo material, las paredes blanqueadas le dan aspecto limpio, pero el interior, aunque blanqueado, parece granero inglés. Naturalmente, las paredes son muy endebles, a veces se viene abajo un gran pedazo, y son de tal resistencia, que en pocos minutos, una persona con pala o pico abriría una brecha en cualquier pared de la ciudad. Varias de las principales casas tiene vidrios en las ventanas, pero la mayor parte carece de ellos. Casi todas las casas son tienditas y las mercaderías que muestran son principalmente algodones ingleses.Los habitantes son de aspecto muy tranquilo y respetable. El anciano gobernador tiene maneras y aspectos de caballero, y varias hijas lindas. Los hombres se visten con chaquetas azules o blancas, sin camisas. Las mujeres solamente se ven de día sentadas en las ventanas en completa deshabillé, pero a la tarde van a la Alameda vestidas con muy buen gusto en traje de gala con cola, completamente a la moda de Londres o París. La manera en que toda la gente se reúne demuestra mucho sentimiento de bondad y compañerismo, y seguramente nunca vi menos rivalidad aparente en ningún otro lugar.La gente, sin embargo, es indolente en extremo. Poco después de las once, los tenderos se preparan a dormir la siesta; empiezan a bostezar un poco y, lentamente, vuelven a su sitio los artículos que, por la mañana, han desplegado en los mostradores. A las doce menos cuarto cierran las tiendas, las ventanas de toda la ciudad están cerradas o entornadas y no se ve a nadie hasta las cinco, y a veces, hasta las seis de la tarde.Durante este tiempo, generalmente solía pasear por la ciudad para hacer observaciones. Era realmente singular pararse en una esquina y encontrar en todos los rumbos soledad tan completa en medio de una capital de provincia. El ruido producido al caminar era semejante al eco que que se oye cuando uno se pasea solo por la nave de una iglesia o catedral, y la escena parecía de las desiertas calles de Pompeya.Al pasar por algunas casas siempre oía ronquidos y, pasada la siesta, con frecuencia me divertía mucho viendo el despertar de la gente, porque hay infinitamente más verdad y placer en mirar así las escenas de la vida privada que en hacer observaciones formales sobre el hombre vestido y preparado para su representación en público. La gente generalmente se acuesta en el piso pelado, y el grupo es a menudo divertido.Vi cierto día un viejo (de la gente principal) profundamente dormido y dichoso. Su anciana esposa estaba despierta y sentada en cómodo deshabillé, rascándose, mientras su hija, lindísima criatura de diez y siete años, estaba también despierta pero acostada de lado besando un gato.Por la tarde la escena empezaba a revivir. Se abrían las tiendas, numerosas cargas de pasto se veían transitar por las calles, pues el caballo que las lleva va completamente oculto. Detrás de la carga un muchacho en ancas, y para subir y bajar, trepa por la cola del animal. Pocos gauchos a caballo, vendiendo fruta, y se ve a veces un mendigo jinete, sombrero en mano, cantando un salmo melancólico.Tan pronto como el sol se pone, la Alameda se llena de gente, y el aspecto es muy singular e interesante. Los hombres se sientan en mesas fumando o tomando nieve: las damas se sientan en bancos de adobe a ambos lados del paseo.Difícilmente se dará crédito a que, mientras la Alameda está llena de gente, mujeres de todas las edades, sin ropas de ninguna clase o especie, se bañaban en gran número en el arroyo que literalmente limita el paseo. Shakespeare nos dice que la "más cautelosa doncella es bastante pródiga si descubre sus encantos a la luna", pero las damas de Mendoza, no contentas con esto, los muestran al sol, y tardes y mañanas, realmente, se bañan sin traje alguno en el río Mendoza, cuya agua rara vez llega arriba de las rodillas, hombres y mujeres juntos, y, por cierto, de todas las escenas que he presenciado en mi vida, nunca vi otra tan indescriptible”.
Fuente: Diario Los Andes
1 comentario:
Miriam muy interesenta como vivian y las costumbres que tenian nuestros antepasados ,yo siempre tuve entendido que la siesta era española pero jajaja ya veo que eso no es cierto. TAUT
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